Por Juan Alberto Yaria (*)
“…la educación debe armar el combate vital para lucidez; identificar los orígenes de los errores, ilusiones y cegueras”. E. Morin – Las cegueras del conocimiento.
Nuestra vida cambió a partir de marzo del 2020. Los confinamientos sucesivos se acompañaron de temores, angustias, duelos (conocidos muertos), pérdidas de empleos, inseguridades laborales, dinero que no alcanza. Cada uno de nosotros en su historia vive sucesos raros, extraños, que nunca vivimos y acá se da aquello que Freud estudió cuando nos decía: “lo familiar se vuelve extraño y surge lo siniestro”. Vivimos momentos, de alguna manera, siniestros. El mundo se vuelve por momentos extraño.
Lo siniestro se une a la confusión; el momento socio-cultural muestra rasgos de cambios enormes en lo tecnológico, pautas de vida culturales, de nociones de paternidad y maternidad, aparece la eutanasia como una posibilidad cierta, el niño al nacer se convierte en un interrogante y quizás una imposibilidad, la legalización del uso de drogas está en discusión en muchos países de Occidente (no por supuesto en los países orientales). En momentos de cambios drásticos habría que recordar al Dante: “…la confusión es el principio del mal de las ciudades”.
Lo anárquico que vemos en distintos espacios públicos puede tener que ver con esto. Hemos perdido contactos personales en estos meses y por ende nos quedamos más solos; también contactos emocionales que son la “sal” de la vida, y grupales que es la sensación de pertenencia a un grupo, empresa, familia, etc. El teletrabajo en muchos casos ha hecho perder a la persona relación con la misión de la empresa, identificación con la misma.
El teletrabajo como logro en algunos casos ha dañado empresas y los miembros de la misma han perdido identificación con los objetivos de la organización. Se ha perdido pertenencia que surge de las reuniones de grupo, el café en conjunto, los trabajos en común; incluso en muchos lugares se han perdido documentaciones claves.
El “zoom” escolar no reemplaza al vínculo con el maestro, la fortaleza preventiva del aula, el recreo, el juego entre amigos. La socialización se ha resentido.
En la Universidad esto también es claro. En las Facultades de Medicina muchas materias no pueden darse sin clases presenciales y sin el contacto con el paciente. ¿Cómo aprendemos si no palpamos un órgano con el auxilio de un residente de mayor graduación o de un profesor? El vínculo humano que es la matriz de la vida no puede ser reemplazado por una matriz tecnológica.
Así todos hemos perdido un poco de humanidad y nos tornamos más individualistas en medio de temores. Surge así un malestar en muchos de nosotros. Es la extrañeza de un mundo. Muchos lo pueden asumir como una etapa de nuestra historia que habrá que pasarla, pero otros parecen huir hacia la anarquía, el desorden y una rebeldía sin frontera ni destino.
Lo que sucede en las costas, plazas y en ciertos circuitos urbanos es demostrativo de esta anarquía o lo que el Profesor Luis Chiozza llama “una pandemia de locura”. Personas que desafían el contagio por un lado sin tener en cuenta consecuencias, pero también gente que se deja morir en la soledad melancólica de sus cuartos y encerrados.
El consumo de alcohol y estupefacientes
Muchos en Instagram, o en escenas en plazas, playas o espacios públicos se muestran con bebidas blancas como escudo orgulloso; muchos son jóvenes que, sin estudios presenciales durante el año, vivieron entre “zooms” en muchos casos inexistentes o con exámenes dados en condiciones no claras. Muchos incluso sin trabajo o con un teletrabajo poco gratificante.
Un año de vida frustrados en sus inicios universitarios y el vodka, el tequila y el “porro” como mínimo que parecen ser un blasón de desafío a un mundo adulto ausente o excesivamente “tiernizado” en una permisividad que delata falta de presencias.
No son adictos o sea dependientes. El uso de estupefacientes en muchos casos denuncia un momento crítico cultural. Derivan de un momento socio-cultural de indefiniciones. La adolescencia, por otra parte, es un momento de definiciones.
Se va definiendo la identidad, la vocación, los intereses, el desarrollo de nuestros talentos. El adolescente en este tiempo ha sufrido mucho y no digo solo ellos sino sus padres.
La “victoria” en las playas con la botella de vodka en la mano o la lata de cerveza es un llamado desafiante a una ayuda. Es una anarquía con huida de muchos en grupos hacia la nada… pero es una huida al fin que puede culminar con una golpiza o alguna tragedia como vimos.
Transitar la adolescencia en este momento es muy difícil con una caída de la vida familiar desde hace años y muy notoria suplantada en algunos casos por la billetera y cuando no siempre por abandonos. Escuela casi ausente. Organizaciones culturales cerradas. Clubes también. Toda la cultura institucional territorial ha caído.
Muchos, niños, jóvenes y adultos, quedaron encerrados en el Golem tecnológico prestigiado (figura bíblica que en la cultura moderna metafóricamente remite al autómata, al hombre masificado, al ser controlado) desde el celular hasta todas las posibilidades que hoy nos ofrece internet. El hombre queda solo y con “Tinder” todo parece arreglarse.
No podemos olvidar que nos educamos en sociedad. No es solo papá y mamá; es el profesor, la escuela o la universidad como edificio y encuentro, un libro comentado por un maestro; o sea somos interacción y transmisión generacional.
En lo familiar observamos falta de puentes y transmisiones generacionales, adultos “adolescentizados”, inversión de los papeles (hijos que son padres de sus padres), padres o familiares con conductas adictivas.
Ante esto, con cuadros familiares críticos, la cultura transitando el “desierto de la nada” y sin transmisores que estimulen sus deseos, vocaciones y talentos se busca, entonces, anestesiarse.
Se busca lo efímero ante la caída de la noción de futuro y proyecto, el capricho suplanta al deseo verdadero y éste es ascenso vital, un “encendido” de la vida; es lo que mete en movimiento la vida.
La vida misma supera a la vida biológica; hay vida biológica muerta cuando no hay deseo de vida y solo el narcótico la levanta ilusoriamente. El deseo da frutos. Es generativo. El vodka o sus sucedáneos frustran la vida. Se confunde deseo (donación de frutos de vida) con goce sin límites rayando la misma muerte.
Los espacios públicos en crisis
La caída de las reglas y de las leyes en esta época no se solucionan solamente con “tropas” en las playas. Hay que “recalcular” todo lo vivido. Miles han quedado solos. Los educadores estuvieron ausentes y funcionan en nuestro psiquismo como padres sustitutos.
Las transmisiones generacionales se han interrumpido. Es la de los padres a los hijos, los maestros a sus alumnos, los religiosos a sus feligreses. Cayó la cultura y somos cultura. Parece triunfar el virus de la ignorancia y el fanatismo. De ahí al golpe y la violencia hay poco trecho. El amor como encuentro se deteriora y aumentan los femicidios. La Agonía del Eros como donación al otro está en falta.
Recordemos sin embargo de vuelta a E. Morín cuando nos dice: “en estos tiempos de confusión y de un océano de incertidumbres debemos aprender a navegar a través de archipiélagos de certeza y cuando lo esperado no se cumple un Dios -como dice Eurípides- abre la puerta”. Señal de esperanza.
(*) Director general GRADIVA – Rehabilitación en adicciones